Si todo efecto tiene una causa, si toda llama obedece a un fuego previo, ¿qué vacío nos empuja a consumir hasta lo innecesario?

Restaurantes que se olvidan en una noche, joyas que jamás brillarán como creímos, autos que se oxidan, viajes que se evaporan en fotos, ropas que cuelgan como fantasmas en el armario. Las llamamos “compras innecesarias” y reímos, como si la burla pudiera esconder la herida.

Si en verdad no las necesitamos, ¿por qué seguimos buscándolas con tanta ansiedad?
¿Son los arquitectos invisibles del marketing, moldeando nuestros deseos?
¿Son las aplicaciones, afinadas como trampas perfectas para nuestra atención?
¿O somos nosotros, incapaces de sentarnos en silencio con nuestra propia existencia?

Quizás no compramos cosas.
Quizás compramos alivios momentáneos contra un dolor que aún no sabemos nombrar.